Cuando el terapeuta está presente
Ha pasado más de un cuarto de siglo desde que comencé a ejercer como psicólogo clínico y muchas cosas han cambiado en la forma en que me acerco a mis clientes. Mis inicios, desde un enfoque basado en la terapia de conducta más clásica, me permitieron reconocer que disponía de intervenciones efectivas para muchos problemas y que el análisis funcional de la conducta debía ser la base que orientara el uso de las técnicas. Tomar contacto con ACT a finales de los 90 supuso una revolución en mi forma de entender los problemas psicológicos, al acceder a nuevos métodos clínicos mucho más sofisticados para conseguir tener impacto en patrones de comportamiento problemáticos, desde una mayor claridad a la hora de entender qué reacciones humanas podemos cambiar y cuáles no. Resultó muy revelador para mí saber, tal como nos viene mostrando la investigación en las últimas décadas, que, aunque muchas de nuestras reacciones son muy difícilmente modificables, sí podemos alterar su función, la manera en que uno se relaciona con ellas.
Más tarde, una transformación aún más profunda tuvo lugar en mi manera de hacer terapia cuando empecé a integrar eficazmente FAP en ACT y cuando comencé a practicar mindfulness con asiduidad. FAP me invitaba a estar más alerta cada vez que el que el problema del cliente se presenta ante mí durante la sesión terapéutica. Mi práctica con el mindfulness me ha brindado la posibilidad de identificar con más claridad las ocasiones en que esto ocurre, y a responder más conscientemente de una manera que resulte útil para el paciente. Me ayuda a tener la templanza necesaria para notar y sentir qué está pasando en la interacción con el cliente y dentro de mí, para sintonizar mejor con él o ella, para calibrar mejor el ritmo del diálogo terapéutico y los métodos, para ajustar las metáforas y los ejercicios, para ser consciente de lo accesorio de mi discurso y de las técnicas innecesarias y quedarme con lo que más probablemente tendrá impacto, para perseverar en presencia de la frustración y mantener la dirección con el/la cliente.
La práctica de la meditación no es solo un regalo que me hago a mí mismo, es también un regalo para mi cliente.
En muchos momentos de mi vida me he notado que llegaba a sesión acelerado, disperso, cansado, enredado en mis dudas o preocupaciones sobre el caso, con dificultades para permanecer enfocado y entender por qué acudía el paciente a terapia, qué era lo que la vida le estaba reclamando en ese momento de su existencia. La práctica de la meditación no es solo un regalo que me hago a mí mismo y que me ayuda cada día a cuidarme, a escucharme más, a frenar y a mirar la vida con más serenidad. Es también un regalo para mi cliente. Cuando en mi papel de terapeuta estoy más presente, soy más capaz de leer entre líneas, de ver más allá de lo que el paciente dice, de mirar con más perspectiva, y de llegar, por ejemplo, a entender mejor el coste del problema para el paciente y entender lo que verdaderamente le importa. Por ejemplo (y cito experiencias recientes), darme cuenta de en qué medida una cliente que pasa la mayor parte del tiempo aislada en casa, deprimida y asustada, tiene un profundo anhelo de independencia. A entender cómo un cliente «con adicción al sexo», que gasta su tiempo de ocio en relaciones carnales fugaces, tiene una profunda necesidad de establecer relaciones significativas y duraderas. Estar más presentes con los pacientes nos ayuda a clarificar los valores y a profundizar en una mirada más humana de la persona que tenemos delante, más allá de etiquetas diagnósticas y prejuicios de todo tipo.
Por todo ello, uno de mis propósitos para este año que comienza es renovar cada día mi compromiso de estar presente en cada sesión con cada paciente. Alimentando la presencia desde mi práctica personal, aligerando la agenda de actividades estériles y aprendiendo a decir no a invitaciones y tareas que no puedo atender como merecen, haciendo un uso más eficiente y menos impulsivo del teléfono móvil, limitando la tendencia de las pantallas a invadir todo el tiempo de ocio, disfrutando de un descanso menos digital y más analógico. Además, el mindfulness puede ayudar en la gestión de la agenda. A veces nos dejamos llevar por nuestros pensamientos optimistas y sobrecargamos nuestra jornada, y no dejamos espacio para el descanso y las transiciones entre clientes o entre actividades. Estar ahí con el paciente requiere estar presente con uno mismo, con lo que necesita mi cuerpo, con lo que alimenta mi equilibro y mi claridad mental, con mantener una estabilidad emocional que contribuya a proporcionar perspectiva y un espacio seguro al cliente desde donde aprender a elegir cómo y hacia donde enfocar su vida. Comparto estas ideas por si pueden ser útiles a otros terapeutas y para que los clientes sepan que, a la hora de elegir terapeuta, puede ser importante encontrar a un profesional que sepa estar ahí, verdaderamente presente y conectado con la persona a la que escucha y a la que intenta ayudar.
Encuentra aquí ejercicios de mindfulness guiados por mí para aprender a estar más presente y más conectado con tu cuerpo