¿No hay que tener miedo a la vacuna?
“Fuente de escorpiones es mi mente”, pone Shakespeare en los labios de Macbeth. La rapidez con la que se ha desarrollado, probado y comenzado a administrar la vacuna del coronavirus demuestra lo que es capaz de conseguir el ser humano cuando científicos, sanitarios, empresas y administraciones reman en la misma dirección. Vivo estos días históricos muy emocionado al ver en televisión que nuestros ancianos y profesionales no son ahora los protagonistas de la tragedia sino de la esperanza. Nunca la lucha contra una enfermedad movilizó tantos recursos ni dio frutos en un periodo tan corto de tiempo.
Como enseño a mis pacientes cada día, no es necesario que el miedo desaparezca para que podamos enfrentarnos a situaciones adversas o inciertas.
Sin embargo, oímos voces de personas reacias a recibir la vacuna. Detrás de esa resistencia a vacunarse, además de la ignorancia y de la negación nos estamos encontrando con otro viejo acompañante, el miedo. Empiezan a escucharse mensajes bienintencionados de periodistas y sanitarios que sugieren que “no hay que tener miedo”. El miedo es una emoción humana adaptiva y útil ante situaciones que conllevan novedad e incertidumbre. El miedo nos ha permitido adaptarnos, sobrevivir como especie, desarrollar comportamientos prudentes y autoprotectores.
Pero también en ocasiones nos aleja de oportunidades para el autocuidado, la superación y el crecimiento personal. Sabemos que nuestra condición de seres verbales, con capacidad para pensar, y establecer relaciones que nos permiten anticipar y formular explicaciones causales, es un tesoro y a la vez una trampa para el ser humano, porque nos conduce a veces a construir nuestros propios muros, a quedar atrapados en nuestras propias barreras “internas”. Para muchos, el miedo no desaparecerá por mucho que los líderes de opinión repitan el mantra “no tengas miedo”. Quizás se vaya disipando en cierta medida conforme vayamos familiarizándonos con la vacuna y conociendo de primera mano un porcentaje considerable de personas que se han inmunizado sin apenas efectos colaterales.
Pero el miedo seguirá acompañándonos porque siempre existirán casos aislados de personas que hayan experimentado alguna reacción adversa a la vacuna, y me temo que hay personas deseando dar publicidad a estos casos en las redes sociales. Así que, al mismo tiempo que contribuimos todos a la tarea de difundir información veraz, contextualizada, contrastada y basada en fuentes fiables, tendremos que aprender a no dejarnos gobernar por el miedo a la vacuna. Como enseño a mis pacientes cada día, no es necesario que el miedo desaparezca para que podamos enfrentarnos a situaciones adversas o inciertas. De hecho, todos lo hacemos, y nos hemos entrenado especialmente en estos meses de pandemia en convivir con el miedo y seguir adelante.
Nuestro lado temeroso nos aconsejará esperar, retrasar, buscar justificaciones para negarnos, como bien sabe hacer. Pero nuestro lado más valiente, ese que ilumina y hace posible nuestro crecimiento potencial, puede dar un paso al frente y asumir riesgos, aunque sean mínimos, apostando por un futuro de salud e inmunidad para todos. Dejándonos acompañar por el miedo cuando aparezca, siendo conscientes de su presencia, pero también siendo conscientes de lo importante y actuando saludablemente sin dejarnos arrastrar por él. Además de proteger nuestra salud, vacunándonos lo antes posible ayudaremos a acorralar el virus disminuyendo la probabilidad de que mute y aparezcan variantes más contagiosas.