Muchos de mis clientes me han pedido ayuda para tratar su “estrés laboral”. Llegan a la consulta extenuados, desanimados, desilusionados, enfadados. Pareciera que “tienen un problema” que el psicólogo tendría que ayudarles a quitarse (el estrés, la depresión, el “burnout”…). Como si el problema estuviera dentro de la persona y no en el contexto que lo está generando (y en la forma en que los seres humanos afrontamos este contexto). Creo que es urgente una reflexión personal y social acerca del trabajo y el descanso. El filósofo Bin-Chul Han en su libro “La sociedad del cansancio” disecciona un mundo que ensalza el rendimiento a toda costa. El portátil y el teléfono móvil han sacado el trabajo de sus límites físicos tradicionales y la duración de la jornada laboral se nos va de las manos. Según este autor, “ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”, y de esta manera ejercemos violencia contra nosotros mismos, creyendo que somos nosotros los que libremente elegimos trabajar más y más. Aparentemente nadie nos está obligando a trabajar hasta la extenuación, y sin embargo somos incapaces de decir que no, sintiéndonos permanentemente insatisfechos y culpables porque nunca terminamos de alcanzar nuestras metas profesionales. Terminamos así devorados por el trabajo y el mundo digital. Nos sentimos mal si no nos consideramos productivos. Vivimos con prisa. Las empresas nos hacen cómplices de su anhelo de rentabilidad. Mediante la “dirección por objetivos” nos hacen creer que nuestros objetivos personales y los de la organización son los mismos. Al final caemos en la trampa de emplear nuestro ocio en recuperarnos del cansancio físico y psicológico para poder seguir trabajando y volver a cansarnos. En palabras de Han, estamos “demasiado muertos para vivir y somos demasiado vitales para morir”. El filósofo propugna una política de la inactividad que sirva para liberar el tiempo de las obligaciones de la producción y hacer posible un tiempo de ocio verdadero.
Ejercemos violencia contra nosotros mismos, creyendo que somos nosotros los que libremente elegimos trabajar más y más
Me ha gustado mucho la mirada de Azahara Alonso sobre el tema en su novela-ensayo “Gozo”, que nos lleva a plantearnos cómo a veces nuestra vida, la que sentimos como nuestra verdadera vida, solo está accesible en vacaciones. Y sin embargo los demás, cuando nos acabamos de presentar y quieren saber quiénes somos, nos preguntan a qué nos dedicamos, como si nuestro oficio pudiera ser lo que mejor nos define. Según Alonso, los trabajadores ya no solo entregamos a los empleadores nuestra mano de obra, sino también nuestra disponibilidad, es decir, renunciamos a disponer de nosotros/as mismos/as. La autora nos invita a preguntarnos acerca del sentido del trabajo y de la facilidad con la que entregamos nuestro bien más preciado: nuestro tiempo, ese que con frecuencia le quitamos al ejercicio físico, el ocio, los libros, la familia, la pareja, los amigos/as. Todo en aras de la sagrada productividad, que nos lleva a priorizar las tareas teóricamente útiles y a posponer para el fin de semana o el mes de agosto las actividades supuestamente inútiles.
Quizás está llegando la hora de encontrar un equilibrio entre el tiempo que dedicamos al trabajo, al ocio, el autocuidado y nuestros seres queridos.
Alonso también nos propone reflexionar acerca del sentido del ocio y a la posibilidad de no caer en la trampa de un tiempo “libre” centrado en la productividad al igual que el trabajo, basado en el consumo acelerado de pantallas, de productos o de experiencias intensas que nos empeñamos en fotografiar y compartir sin descanso, y que enriquecen a otros, pero quizás no tanto a nosotros/as. Es cierto que cuando paramos, nos encontramos con el vacío y desaparecen las excusas para no hacer aquello que siempre decimos que nos gustaría hacer cuando pudiéramos. Se requiere valentía para explorar otra forma de ocio. Nos hemos olvidado de la posibilidad de un ocio más sereno, más contemplativo, a un ritmo más pausado, basado en “la virtud de la repetición”, es decir, en saborear las pequeñas rutinas descubriendo las variaciones más sutiles en el desayuno, los paseos, el ejercicio, el canto de los pájaros, las conversaciones, la contemplación de la naturaleza, las nubes, las estrellas, las obras de arte… Quizás está llegando la hora de encontrar un equilibrio entre el tiempo que le dedicamos al trabajo, al ocio, el autocuidado y nuestros seres queridos. De cultivar un ocio más consciente y saludable. Obviamente es una cuestión que excede el plano individual, y también tiene una perspectiva política y socioeconómica. Muchas personas tienen cargas familiares o trabajan en empresas con condiciones abusivas. Pero cada uno/a de nosotros tiene derecho a preguntarse periódicamente cómo quiere vivir su vida, a tomar decisiones, a poner límites, a bajarse del tren de la productividad, ignorar el ruido y fijarse en lo esencial. Y en estos tiempos convulsos y acelerados, buscar la quietud, cultivar momentos de soledad, aprender a no hacer nada, o bien a cuidar las relaciones personales, reencontrarnos y resintonizar con los seres queridos para los que nunca tenemos tiempo.