Un verano más consciente

Un verano más consciente

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Esta oportunidad de detenerse y vivir la vida de una forma más pausada que supone el verano puede ser una excelente ocasión para profundizar en nuestra capacidad de vivir más conscientemente. Es un regalo disponer de más tiempo para nosotros, de un clima más benigno, de la posibilidad de viajar. Lo estábamos esperando más que nunca. Ahora tenemos la posibilidad de saborear el verano de manera más consciente.

A veces recordamos las vacaciones de la infancia con nostalgia, con la sensación del que el tiempo se estiraba y de que las sensaciones eran muy intensas, como si la vida se detuviera en los días de descanso. Sin embargo, es difícil hoy día volver a esa experiencia de recrearse en el ocio y con facilidad nos angustiamos cuando los planes no salen como esperamos o nos aceleramos deseando aprovechar para hacer mil cosas. 

Parar es posible. El tiempo para uno mismo es necesario y saludable.

Pero parar es posible. Sentarse y mirar, regalarse tiempo y espacio para sentir, para abrirse al presente, es posible. Ese tiempo para uno mismo es necesario y saludable. Sería deseable poder tenerlo distribuido a lo largo de todo el año, organizándonos mejor y haciendo elecciones vitales que nos lo permitan. Pero, en cualquier caso, el principal tesoro que nos brindan las vacaciones es tiempo para uno mismo. Y tenemos la posibilidad de elegir qué hacemos con ese tiempo, en qué lo empleamos y cómo lo ensanchamos. Abrirse al presente puede ser más fácil si elegimos hacer menos y centrarnos en una sola cosa, por ejemplo, sentándonos a observar o caminando un poco más lentamente de lo habitual, y nos entregamos al paisaje visual y sonoro que nos rodea. Podemos contemplar el temblor de las hojas de los árboles mecidas por el viento, escuchar atentamente la sinfonía de los pájaros cantando a nuestro alrededor, o apreciar la sutil caricia del sol o la brisa sobre nuestra piel. 

Aprovechemos las vacaciones para experimentar un uso más flexible de la tecnología.

Además, en los tiempos que corren puede ser revolucionario flexibilizar el uso de la tecnología. Hace unos días decidí activar el modo avión en mi móvil antes de acostarme por la noche y comprobar cómo sería pasar 24 horas sin pantallas. Fui consciente del grado de dependencia que tenemos y de cómo casi cualquier actividad está mediada por algún tipo de dispositivo electrónico. Y también de cómo se abrió un mundo de posibilidades y de emociones muy amplio. Inesperadamente me reencontré con alguna de esas experiencias de la infancia. Tumbado sobre la hierba, contemplé durante un largo rato el movimiento de las nubes. Volví a disfrutar de la lectura de un libro en papel sin las interrupciones de los mensajes al móvil. Paseé sin rumbo. Me concentré en cómo cambiaban la luz y la temperatura a lo largo del día. Medité con los ojos cerrados y también con los ojos abiertos. No olvidaré aquel día en que la existencia se ensanchó y me escuché como nunca a mí mismo. Espero repetir la experiencia pronto.