El estrés de las personas LGTBI
Las personas LGTBI se enfrentan a un tipo particular de estrés, el estrés de las minorías, que afecta a su salud mental y física. Las experiencias de discriminación, la homofobia interiorizada y las microagresiones contribuyen a este estrés.
Las personas LGTBI tenemos un mayor riesgo de experimentar problemas de salud mental e incluso de salud física que el resto de la población (1). Esta desigualdad podría deberse a la exposición crónica a un tipo de estrés específico que sufrimos. Este estrés ha sido denominado “estrés de las minorías”, y fue propuesto como explicación por primera vez en 1995 por Ilan H. Meyer, investigador de la Universidad de California, tras realizar un estudio con gays estadounidenses (2). Meyer siguió realizando estudios y encontró que este estrés era compartido por todas las personas pertenecientes a minorías sexuales y de género. A día de hoy hay mucha evidencia científica de que las personas LGTBI soportamos una carga añadida relacionada con fuentes de estrés crónicas específicas que están relacionadas con el contexto heterosexista que habitamos, y con el estigma y los prejuicios que soportamos (1). Meyer desarrolló la “Teoría del Estrés de las Minorías” en 2003 (3) diferenciando tres fuentes de estrés que requieren una adaptación constante, ya que responden a condiciones crónicas relacionadas con estructuras sociales que por desgracia no han desaparecido a pesar de los avances en igualdad recientemente conquistados.
La primera de estas fuentes de estrés se refiere a experiencias reales de rechazo, discriminación y violencia. No solo nos enfrentamos a vivencias difíciles e inaceptables de clara discriminación o agresión como sufrir bullying en el colegio o en el instituto, ser despedido/a o no ser seleccionado/a en una entrevista de trabajo, o sufrir agresiones físicas o verbales solo por el hecho de ser una persona LGTBI, sino también microagresiones que experimentamos en situaciones cotidianas (de las que hablaremos más adelante). Esta fuente de estrés incluye experiencias vitales importantes que se han visto frustradas (como por ejemplo no haber tenido la posibilidad de iniciar una relación de pareja en la adolescencia) (4) y, en el caso de las personas trans y no binarias, las restricciones que su entorno les impone para afirmarse o mostrarse con el género con el que se identifican también se ha considerado un factor estresante.
La segunda fuente de estrés es el estigma percibido, que se refiere a que la persona, al sentirse señalada por formar parte de una minoría, puede temer ser rechazada, discriminada o agredida. Estas expectativas y temores nos llevan a actuar de manera vigilante y estar permanentemente alerta ante el peligro de agresión o rechazo, o bien a ocultar nuestra orientación sexual o identidad de género, lo cual puede ser una manera de sentirnos protegidos/as pero al mismo tiempo acaba implicando un estrés adicional.
Por último, la llamada homofobia o transfobia internalizada está relacionada con el hecho de que la persona puede interiorizar las actitudes negativas que ha recibido de su entorno. Dado que dichas actitudes negativas son experimentadas desde edades tempranas y de forma continuada, a pesar de que la persona acepte su homosexualidad, esta homofobia internalizada no desaparece del todo, es parte de la carga que llevamos en nuestra mochila y continúa afectando, a veces sin que seamos muy conscientes, a nuestro ajuste psicológico a lo largo de la vida. A raíz de las experiencias vividas en un contexto familiar o social LGTBIfóbico, a pesar de que el entorno haya cambiado y ya no sea tan hostil como pudo ser anteriormente, la persona puede continuar viviendo muy condicionada por la vergüenza, la culpa o el miedo al rechazo y esto puede llevar a que sus relaciones familiares o sociales no sean del todo satisfactorias. Además, la homofobia internalizada hace que la relación con uno/a mismo/a no sea saludable, sino que esté plagada de hostilidad, autorreproches, minusvaloraciones, sentimientos de inadecuación o el sentimiento de que por mucho que uno/a haga, nunca será suficiente, todo ello por el hecho de ser LGTBI.
Los gays, lesbianas, bisexuales y las personas trans y con disconformidad de género experimentamos en mayor o menor medida este estrés de minorías (5). Estas tres fuentes de estrés conllevan un mayor riesgo de malestar emocional, independientemente del estatus socioeconómico, es decir, que ni siquiera una buena situación económica nos protegerá de este malestar (2). Afortunadamente, las personas pertenecientes a minorías sexuales también desarrollamos resiliencia o recursos específicos para hacer frente a este sufrimiento, que nos permiten adaptarnos y crecer a pesar de vivir en un entorno hostil, de manera que este estrés que sufrimos nos acaba sirviendo para ser más fuertes, más asertivos, más comprensivos o más abiertos a la diversidad.
Microagresiones, el estrés invisible
Las microagresiones son la punta del iceberg de la LGTBIfobia. Y no son inocuas. Aunque parezcan inofensivas, su efecto es acumulativo sobre nuestra salud mental
Como he mencionado, una de las causas del estrés de minorías son las microagresiones, que se ha demostrado que aumentan el riesgo de malestar emocional, depresión, abuso de alcohol y baja autoestima en las personas que más las sufren (6). Se trata de un término acuñado en los años 70 por Chester M. Pearce (7), profesor de la Universidad de Harvard, para referirse inicialmente a diversas formas de racismo sutil, y que posteriormente se ha extendido a otros sectores sociales discriminados como las mujeres, las personas con discapacidad o las minorías sexuales y de género. En muchos casos estas microagresiones sutiles son perpetradas sin intención de hacer daño y de forma inconsciente. Aunque algunas personas pueden considerar que las microagresiones no tienen tanta importancia, hay que tener en cuenta que las personas LGTBI las sufrimos de forma reiterada, por lo que su efecto suele ser acumulativo. Las microagresiones incluyen microasaltos, microinsultos (declaraciones o acciones que degradan la identidad) y microinvalidaciones (negar los sentimientos o la experiencia de la otra persona) (6).
Veamos algunos ejemplos de microagresiones frecuentes. Podemos sentirnos incómodos/as cuando alguien dice que algo es “una mariconada” como sinónimo de bobada o estupidez. También cuando escuchamos comentarios o bromas homófobas aunque no vayan directamente dirigidas hacia nosotros/as (por ejemplo, cuando alguien exclama “maricón el último”), o cuando una persona a quien apenas conocemos nos pide que le hablemos de nuestra historia sexual o nuestros gustos sexuales. Una pareja del mismo sexo puede sentirse agredida cuando al expresar su afecto en público alguien les mira con disgusto, o cuando se les pregunta “quién hace de hombre y quién hace de mujer” aplicando los estereotipos sexistas a las relaciones homosexuales. Una pareja de lesbianas puede sentirse agredida cuando recibe insinuaciones sexuales por parte de un varón heterosexual. Una mujer lesbiana puede sentirse molesta cuando escucha aquello de “¿En serio eres lesbiana? Si eres muy femenina…” o, por el contrario, cuando se encuentra con opiniones no solicitadas acerca de si su imagen es “poco femenina”. Una persona bisexual puede sentirse mal cuando los demás cuestionan su orientación sexual y siente que tiene que estar continuamente justificándola, o cuando insinúan que solo es una fase, o que en realidad es un gay o una lesbiana reprimida. En el caso de las personas trans o no binarias, pueden sentirse agredidas, incomprendidas o invalidadas cuando alguien les hace preguntas indiscretas sobre sus genitales, cuando oyen hablar de la identidad trans como si fuera un capricho, o cuando los demás se niegan a utilizar el lenguaje inclusivo o a llamarles por el nombre, el género o el pronombre con el que se identifican. Asimismo, cualquier persona LGTBI puede sentirse mal cuando percibe que su pareja es excluida de la vida familiar no preguntando por ella o no invitándola a las celebraciones cuando sí lo harían si la pareja fuera heterosexual.
Como ocurre en el caso del machismo o del racismo, las microagresiones son la punta del iceberg de la LGTBfobia. Aunque pueden parecer inofensivas, ya hemos señalado que su efecto es acumulativo. Por eso la reacción de una persona LGTBI puede parecer desproporcionada, pero quizás está reaccionando a algo que pasó hace meses o que viene pasando desde hace años, así que la última ocasión puede ser simplemente la gota que colma el vaso. Además, en ocasiones las microagresiones se solapan, cuando las personas LGTBI forman también parte de otra minoría (personas racializadas, con discapacidad…). Lamentablemente, las microagresiones también pueden provenir de otras personas del colectivo (por ejemplo, personas con VIH o con pluma, mayores o con cuerpos no normativos que tienen que escuchar comentarios ofensivos cuando intentan ligar con otras personas LGTBI).
Las agresiones y discriminaciones tristemente continúan ocurriendo pero son fáciles de reconocer. Sin embargo, las microagresiones pueden pasarnos desapercibidas, o bien podemos reaccionar quitándoles importancia, justificando al agresor, atribuyéndonos la culpa a nosotros/as sin motivo o enfadándonos con nosotros/as mismos/as por ser tan sensibles. Los expertos señalan que no es fácil responder a las microagresiones, ya que con frecuencia no todo el mundo las considerará como tales, confrontarlas puede tener repercusiones prácticas o psicológicas, o la persona agredida puede no tener energía, tiempo o recursos para responder (6).
Es necesario que continuemos avanzando hacia una sociedad más igualitaria libre de LGTBIfobia. Conseguirlo es una tarea de todos y todas y requiere cambios sociales profundos. Una buena noticia en este sentido es el acuerdo pionero contra la discriminación laboral del colectivo LGTBI en el trabajo en España que, entre otras medidas, establece que las empresas deberán impartir formación para evitar la discriminación en entrevistas y ascensos y desarrollar protocolos frente al acoso y la violencia (8). Al mismo tiempo, a nivel individual, es importante que las personas del colectivo aprendamos a gestionar estas fuentes de estrés y lidiar con ellas, por ejemplo, encontrando entornos seguros y saludables donde sentirnos aceptados/as y fortaleciendo nuestra comunicación y nuestros lazos con personas de confianza. También ahondando en nuestro crecimiento personal y social para no permitir que la homofobia y las experiencias negativas que hemos vivido relacionadas con nuestra orientación sexual o identidad de género limiten nuestra vida y nuestras relaciones, explorando nuestras inquietudes y necesidades y persiguiendo nuevas metas que nos permitan tener una vida con significado, y buscando ayuda profesional si es necesario.
Es importante que reconozcamos cuándo estamos sufriendo una microagresión y tomemos conciencia de ello. En mi opinión, no para reaccionar de forma impulsiva, ni para enfrentarnos continuada y desaforadamente con nuestros conocidos, familiares o compañeros/as de trabajo, sino para aprender a poner límites y reaccionar de una forma saludable que nos permita preservar nuestra salud y nuestra dignidad al tiempo que intentamos educar, con serenidad, sin enemistarnos continuamente. Por ejemplo, las personas LGTBI podemos desarrollar recursos para, aun sintiendo incomodidad o miedo al rechazo, no callarnos y responder asertivamente cuando nos sintamos agredidas por los comentarios de los demás preguntando “¿Qué quieres decir con eso?”, o directamente expresando nuestro malestar, y dar así a la otra persona la oportunidad de que se dé cuenta de que puede estar ofendiéndonos y de disculparse. Y si eres tú quien ha ofendido a otra persona con tu pregunta o comentario, obviamente esto no te convierte en una mala persona, pero siempre puedes disculparte desde la humildad y preguntar qué es lo que le ha molestado exactamente. Así, si no eres una persona LGTBI puedes mostrar apertura transmitiendo tu interés por aprender más sobre la comunidad LGTBI y tu deseo de convertirte en aliado/a. Y si eres miembro del colectivo, siempre podrás explorar si hay algo ahí que estás rechazando en los otros y quizás también en ti mismo/a, trabajar tu resistencia al cambio, reconocer tu error y mostrar interés por la otra persona y por aprender más sobre la diversidad dentro del colectivo y contribuir de esta manera a la inclusión de todos y todas.
Referencias
- Frost, D. M., & Meyer, I. H. (2023). Minority stress theory: Application, critique, and continued relevance. Current Opinion in Psychology, 51, 101579. https://doi.org/10.1016/j.copsyc.2023.101579
- Meyer, I. H. (1995). Minority stress and mental health in gay men. Journal of health and social behavior, 38-56. https://doi.org/10.2307/2137286
- Meyer, I. H. (2003). Prejudice, social stress, and mental health in lesbian, gay, and bisexual populations: conceptual issues and research evidence. Psychological bulletin, 129(5), 674. https://psycnet.apa.org/doi/10.1037/0033-2909.129.5.674
- Meyer, I.H., Ouellette, S.C., Haile, R., & McFarlane, A. (2011). “We’dbefree”: Narratives of life without homophobia, racism, or sexism. Sexuality Research & Social Policy, 8, 204–214. http://dx.doi.org/10.1007/s13178-011-0063-0
- Testa, R. J., Habarth, J., Peta, J., Balsam, K., & Bockting, W. (2015). Development of the Gender Minority Stress and Resilience Measure. Psychology of Sexual Orientation and Gender Diversity, 2, 65–77. https://psycnet.apa.org/doi/10.1037/sgd0000081
- Nadal, K. L., Whitman, C. N., Davis, L. S., Erazo, T., & Davidoff, K. C. (2016). Microaggressions toward lesbian, gay, bisexual, transgender, queer, and genderqueer people: A review of the literature. The journal of sex research, 53(4-5), 488-508. https://doi.org/10.1080/00224499.2016.1142495
- Pierce, C., Carew, J., Pierce-Gonzalez, D., & Willis, D. (1978). An experiment in racism: TV commercials. In C. Pierce (Ed.), Television and education (pp. 62–88). Beverly Hills, CA: Sage.
- El País (27 de junio de 2024). La lucha contra la discriminación LGTBI+ logra el primer pacto de todos los agentes sociales más de un año después